21 de septiembre de 2006
06/04/06
Hace unos seis meses comencé un nuevo videojuego donde un paladín tenía que usar sus habilidades únicas para poder abrirse camino en su realización personal, el paladín debía de pasar obstáculos, resolver acertijos y derrotar jefes de calabozo. Uno a uno fue derrotándolos ayudado por sus compañeros, que junto con sus muy personales y propias habilidades iban pasando uno a uno a través de los niveles. Uno de los apoyos más grandes del paladín era su gran amor, quien venía a ser la causa y el propósito de éste para derrotar a todos y cada uno de los villanos de esta historia. Una a una las pruebas vinieron a cumplir su ciclo y a ser resueltas por el paladín con la ayuda de sus compañeros. Esto lo dejaba agotado, y por sus propias debilidades aunadas a las injusticias del destino, su relación con su gran amor estaba corriendo peligro. El paladín guerreó y resolvió que al final cuando derrotase a cada uno de los grandes jefes finales podría romper la maldición que no lo dejaba estar al lado de su gran amor. Vino el primero que gracias a la ayuda de sus amigos y compañeros pudo ser derrotado con espectacularidad, El segundo jefe solicitaba grandes dosis de poder, astucia y dinero, con lo cual el grupo quedó casi en sus más bajos niveles de HP. El tercer gran jefe vino con un poco más de reto pues, era una terrible bruja que no se dejaba atrapar, pero que gracias a la astucia del mago y al apoyo de todos los demás se le pudo derrotar. El cuarto y penúltimo jefe fue uno a quien el paladín debía de derrotar completamente solo, con las armas especiales que había recibido gracias a su gran amor casi en los inicios del juego y que llevo varios días subir de nivel. Ya no había nadie más que el último gran jefe final, el terrible rey del mal que te come vivo, el cual desarrolla inmunidad a tu magia y a tu espada. La más grande de todas las batalles finales vividas hasta el momento iba a comenzar. Una noche antes de esa cruel batalla el paladín hablaba con su gran amor y por cruel obra del destino ambos se vieron contagiados por el magia negra. Y así, maldecidos, vieron el augurio de una terrible batalla, en la que tendrían que pelear el uno al otro. El paladín estaba afligido por aquello. Creía que la batalla final iba a ser la última, pero el augurio no lo hacía estar seguro de ello. Muy apenas pudo prepararse en su miedo. La batalla final arrancó y el rey del mal desplegó toda su furia y su poder, y curiosamente en el gran jefe final pudo prever el paladín aquello que vendría luego. El paladín se sintió horrorizado ante la crueldad del gran rey del mal y de sus vastos poderes. La maldición de la que había sufrido ayer hizo en él, verse justo como el rey del mal, veía como sus caras se parecían cada vez más, poco a poco. En el último turno el paladín saco su carta maestra… y la pelea terminó. Todo parecía muy bien pero los cielos aun estaban cubiertos por negrura. La maldición aún permeaba. Esa noche vería a su gran amor… la maldición aún estaba allí y el paladín sabía lo que iba a ocurrir… vio a su amor y estaba maldito, el paladín pidió consejos para poder derrotar la maldición y armado con eso fue para verle, la maldición tornó a su gran amor en aquello que jamás hubiese deseado… ¿Quién se iba a imaginar que su gran amor iba a pedirle una batalla aún más grande y sangrienta que la que acababa de pasar?… Ni siquiera los poderes del gran rey del mal podían semejarse pues era una batalla aun más salvaje, de vida y de muerte… desde mi lugar agarrando el control me dije ¿Por qué su gran amor ataca al paladín? ¿Qué acaso no se amaban, acaso no eran el uno para el otro? Un golpe tras otro bajaba más la línea de vida del paladín y mucho más grave era que eliminaba poco a poco el poder especial que en todo el juego su gran amor había ayudado a elevar. Su nivel y su fe en sí mismo bajaban con cada cruel golpe. A mí me partía el corazón, como el paladín estaba allí. Cómo su gran amor era más terrible que todos los jefes anteriores juntos. (No había jugado con un jefe tan difícil en toda mi vida, ni cuando se derrota a Sin y uno descubre que tiene Yu Yevon resulta ser el verdadero villano de FFX) el pobre paladín estaba a 1 punto de ser derrotado, y su gran amor parecía no estar muy bien, incluso cuando la magia y la espada del paladín no parecían hacer gran efecto. El jefe secreto final tomo una tregua… durante la noche no se hablaron ni las heridas fueron curadas…hasta que tuvo que darse la más grande de todas las confrontaciones finales… no quería ver al paladín morir, en ese momento solo quería apretar el botón de “reset” a la consola y salir a vivir la vida, pero alguna razón extraña me hizo quedarme, y aunque ya había perdido toda la fe en el paladín, descubrí que dentro del gran jefe final aun existía su gran amor, que aun creía en él, aún estando en envuelto en esa maldición. E inesperadamente su HP subió uno por uno así como su confianza. Yo ya lo daba por muerto, pensé que era un total Game Over y ...que el botón de "reset" era la única manera de ahorrarle ese sufrimiento y dejarle un poco de dignidad. Pero nos quedamos allí los tres, y el paladín realizó una habilidad que no había visto en ningún menú de opciones, era la unica habilidad que podía salvarlos a los dos de esa maldición y de dejar de pelear, de parar quitarse la vida el uno al otro. El paladín y su gran amor descubrieron que todavía podían seguir juntos y asi fue como derrotaron a la maldición que era ella y no las elucubraciones del gran rey del mal (que al principio del juego parecía el meollo más importante y difícil de la historia del juego) lo que debía de derrotarse para llegar al final feliz. Realmente ese paladín me impresionó ya que hubiera jurado que no sobreviviría para contarla, prácticamente los dos estaban muertos y resucitaron de repente. Fue así como empezó la secuencia final de la octava entrega de este videojuego que acabo de terminar. Supongo que el paladín y su gran amor ahora podrán compartir más buenos momentos ahora que los malignos reyes del mal han desaparecido. Y si no es así deberían de hacerlo. Supe que van a sacar una novena entrega.
Te traes música y sonrisas para celebrar, y le llamas a tu tío rockmace que perdone por robarme un ratito, su jerga narrativa.
Te quiere,
Mamá.
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